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¿Y si pudiéramos medir realmente la calidad?

folding-rule-3010095_1280La prestigiosa revista científica The Lancet ha elaborado un año más su ranking de los mejores sistemas sanitarios del mundo. España aparece el decimonoveno entre 195 estados de todo el mundo. No parece mala posición aunque todos los titulares señalan que “se desploma” por haber caído desde la posición octava que ocupaba el año anterior. 

Para elaborar el ranking, la revista compara las tasas de mortalidad de 32 enfermedades curables y adjudica a cada estado una puntuación de de 0 a 100 en función de si la atención médica es la “adecuada”.  

Y no puedo evitarlo… Hablan de desplome cuando a mí me parece un milagro que nos sigamos manteniendo en esas primeras posiciones, entre el 10 % de los mejor valorados, cuando:

  • la inversión en atención primaria cada vez es menor y más distanciada de la hospitalaria pese a que múltiples estudios apuntan a que una atención primaria fuerte es clave para un sistema sanitario más eficiente y con mejores resultados en salud: los profesionales de atención primaria tenemos poco más de 5 o 6 minutos para atender cada paciente. 
  • pese a que los recursos son escasos, se siguen financiando de fármacos sin evidencia científica de utilidad, como los condroprotectores, y aprobando supuestas novedades terapéuticas que no aportan beneficio alguno respecto a las anteriores aunque multiplican su coste.
  • las políticas sociales y de empleo son bastante pobres pese a que influyen más en la salud de la población que las medidas directamente sanitarias (“usted no necesita un psicólogo, necesita un sindicato”, “es más importante el código postal que el código genético”, «los grupos poblacionales más privilegiados tienen un mayor acceso a la atención médica pese a tener de media mejor salud que los más desfavorecidos«) y esto no ha hecho más que agravarse con la crisis.
  • se permite que la publicidad y el marketing de industrias farmacéuticas y alimentaria atemoricen a la población, la hagan sentir enferma, llevándola a llenar las consultas por problemas que no son tales y a consumir productos innecesarios que, en no pocas ocasiones, les supone un coste que no pueden asumir.

¿Cómo se mide la calidad? Parece lógico que la mortalidad sea una variable de gran peso a la hora de establecer esa calidad pero sin duda hay otros muchos factores que influyen directamente y que, por ser más complejos de medir, no aparecen reflejados en este tipo de rankings. Calidad no es sólo estar vivo, sino querer estarlo. Calidad es que los enfermos estén bien atendidos y lleguen a sentirse sanos. Calidad es una atención universal y gratuita. Vivir es mucho más que no morir. Salud es mucho más que no tener enfermedades. De nada sirve estar sano si la vida no te merece la pena.

Lo que me pregunto es, ¿en qué puesto estaríamos si pudiéramos medir realmente la calidad?

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Como lo traigas lo tendré que explorar

A raíz de un pequeño debate suscitado en twitter (¿dónde si no?) sobre cómo (in)formar a la población acerca del uso racional de los servicios sanitarios me he decidido a compartir con vosotros el presente post.

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Queridos padres:

Os pido disculpas porque os lanzamos mensajes contradictorios y luego, encima, nos quejamos de que no lo hacéis bien. Como bien sabéis, cuando vuestro hijo tiene fiebre, no es necesario correr a urgencias como alma que lleva el diablo. Si el niño tiene un buen estado general y no hay signos de alarma, no es necesario llevarlo al pediatra salvo que la fiebre siga más allá de 48-72 h (decálogo de la fiebre de AEPap).

Hasta ahí, bien. Parece fácil.

Pero habréis comprobado que si, pese a que os recomendamos eso, acudís a urgencias con vuestro hijo por una fiebre simple de hace 3 horas, el médico que os atiende, lo explora a vuestro hijo de arriba abajo (signos meníngeos, estado de la piel, garganta, oídos, auscultación cardiopulmonar, abdomen, ganglios…) algo que para él no es especialmente agradable. Sólo después de explorarlo de arriba abajo, os dice (lo más habitual): “De momento es una fiebre sin foco… aún no ha dado la cara… antitérmicos y si aparece algún síntoma nuevo o la fiebre dura más de 2 o 3 días… consulte con su pediatra”.

Es decir: “No es necesario que traigas a tu niño por 4 horas de fiebre” pero si lo traes, no os decimos nada sin antes explorarlo de arriba abajo.

Imagino que os preguntaréis:

“¿En qué quedamos? Así que no tenemos que llevar al niño al médico, pero si lo llevamos, el médico para decirnos que no es importante debe explorarlo de arriba abajo… ¿Y cómo lo se yo sin explorarlo?”

Y tenéis toda la razón. Es un contrasentido. Pero tiene mal arreglo. Los médicos estamos “programados” para valorar sistemáticamente a los niños y, una vez solicitáis su atención, la hacemos tal cual. Pese a que la consideremos innecesaria. ¿Inercia?. ¿Estamos así entrenados?. ¿Medicina defensiva?. ¿Cumplir vuestras expectativas?. Probablemente una mezcla de todo.

¿Entonces?

No traigas a tu hijo por esa fiebre de horas de evolución si tiene buen estado general. No lo traigas, no hace falta. Porque, como lo traigas, lo tendré que explorar.

 

PD.- Mi hija pequeña lleva dos días con fiebre, pero no para de correr cuando le baja la temperatura. Aún no la he explorado. Mañana quizá si sigue con fiebre.

El doctor Lainez #relatosdeverano

Era increíble. Los vecinos del pequeño pueblo costero aun no se hacían a la idea de que el doctor Lainez ya no estuviera entre ellos. Lo fatal de su despedida no lo había hecho más fácil. Que apareciera ahorcado con su propio fonendo era sólo un detalle curioso que daría de qué hablar durante algunas semanas en la pescadería, que no era sino la barca del pescador a pie de playa, o en la puerta de Lucas el panadero quien, pese a levantarse a las 2 de la mañana y acostarse a las 5 de la tarde, estaba siempre al corriente de todo lo que ocurría.

El doctor Lainez pasaba consulta en la aldea los martes y los jueves de ocho y media a diez y cuarto. Era tiempo más que suficiente para atender a las personas que solían ir a consultarle. Bueno, realmente, a las ocho y media lo que hacía era llegar, soltar el maletín y colgar una amarillenta hoja de cuadritos con la nota “estoy desayunando, vuelvo en 5 minutos” que habitualmente adornaba la puerta hasta pasadas las nueve. La verdad es que nadie nunca consiguió ver al doctor Lainez poniendo el cartel a esa hora. Se rumoreaba entre chato de vino y rodaja de chacina que lo dejaba puesto al irse el día anterior. Podía ser perfectamente, nadie subía fuera del horario de consulta a la primera planta para ver si el cartel estaba o no colgado. Porque sí, la consulta del doctor Lainez estaba en la primera planta de una casa de la aldea. Al principio fue porque en la planta baja estaba el carpintero del pueblo quien además de alguna mesa de camilla o de reparar algún apero de labranza, fabricaba los ataúdes de los vecinos que emigraban definitivamente de la aldea. Solía decirse que, cuando estabas enfermo ir a esa casa era lo ideal: Si tenías arreglo a la primera planta, si no lo tenías, a la planta baja. Cuando la carpintería cerró, cuando el carpintero emigró definitivamente, las cosas no cambiaron. Manolo el carpintero dijo una tarde en la tasca “creo que esta noche me muero”, y dicho y hecho, esa noche se acostó en uno de sus ataúdes y al día siguiente lo encontraron con una nota donde dejaba en herencia la carpintería a su vecino de arriba, el doctor Lainez. Él había sido siempre alguien muy organizado y de palabra. Pues, como decía, pese a que la planta baja estuvo disponible ya, el doctor Lainez jamás cambió de planta la consulta. Decía que era por tradición, pero cuando se le soltaba la lengua en la tasca después de varios chatos y alguna copa de Castellana que a veces le retenían allí hasta pasadas las doce, decía que era una prueba de sufrimiento, “quien esté realmente enfermo hará el esfuerzo de subir a verme, si estoy en la planta baja es capaz de entrar cualquiera por cualquier tontería”. Gracias a ello, presumía de tener a los ancianos más sanos de la comarca. Los datos eran incontestables. Ninguna visita de ancianos en veinte años pasando consulta.

Todos los vecinos le tenían un gran respeto y nadie iba nunca salvo que fuera imprescindible. No se debía molestar al doctor si no se estaba realmente grave. Ante la duda, mejor infartarse que molestar. Y además, como rezaba un azulejo que estaba junto a la camilla de la consulta, “Si está de Dios, no es cuestión de llevarle la contraria”. Y es que el doctor Lainez era muy religioso. Era un hombre devoto de Dios. De hecho, su compañero de chatos y aguardientes era siempre don Jacinto, el cura.

Los vecinos sabían perfectamente cómo era una consulta con el doctor Lainez. Llegabas a la consulta y evitabas sentarte salvo que expresamente él te lo indicara, algo que jamás hacía. “La consulta no es un sitio donde estar cómodos”. Te recibía con un silencio, con semblante serio y amarillenta bata y, sin dejar de mirar el periódico y dando una calada a su cigarro, esperaba a que empezaras a contarle qué te ocurría. Al cabo de no más de veinte segundos, y ahí era donde demostraba su alto dominio de la ciencia, sin necesidad de hacerte pregunta alguna ni por supuesto de tener que explorarte, jamás uso la camilla salvo para dormir un poco antes de coger el coche si se había prolongado mucho la tertulia religiosa con don Jacinto, sabía perfectamente lo que te ocurría. Te recetaba varias medicaciones, nunca menos de cuatro, y volvía a su periódico.

Sí, fumaba durante la consulta. El doctor Lainez tenía claro que como médico debía ser guía pero no ejemplo. Además, para él el tabaco no era un vicio o droga sino un instrumento médico que le servía para evitar los malos olores que los enfermos suelen desprender algo que aprendió de los médicos que atendían en las leproserías. Además de gran médico era excepcionalmente culto.

Todos respetaban al doctor Lainez. Eran muy afortunados de que alguien culto, religioso y una eminencia de la ciencia se rebajara a perder su tiempo en su humilde aldea. Alguna vez incluso visitó a algún vecino a domicilio. Lógicamente era algo excepcional y siempre aceptando la voluntad por parte del paciente para agradecer esa generosidad. Hubo un tiempo que visitó a diario a una vecina del pueblo joven y bien parecida, incluso vino algún día expresamente a la aldea sólo a verla a ella. Tenía problemas para quedar en cinta y él recomendó reposo en cama “para que el cigoto se implante por gravedad” y exploraciones repetidas. Estuvo acudiendo allí hasta que finalmente quedó en estado. Fue algo muy aplaudido en el pueblo, sobretodo porque el doctor Lainez lo consiguió pese a estar el novio de la chica haciendo la mili en Cuenca. La chica nunca quiso desvelar cómo lo hizo.

Por eso y otras muchas cosas que podrían relatarse, la aldea se sintió huérfana con la inesperada marcha del doctor Lainez. Cómo iban a poder reemplazar a alguien de su valía…


Mira el pajarito

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